Instalada por encima de los lavacabezas, la cámara comienza a rodar. Una tras otra, mujeres judías, árabes y cristianas reciben su lavado de cabeza. Le damos la bienvenida a Fifi’s, una peluquería femenina en Haifa, Israel.

La directora de este documental enjabona el cabello de las clientas mientras estas responden a sus preguntas. Entrar en Fifi’s es como entrar en una burbuja, en una gran pompa de jabón, donde podremos cerrar los ojos y abrir el corazón.


Un pequeño adelanto: la violencia y la política no tienen cita.

Dirigido por Iris Zaki
Montaje: Tal Cucirel
Música: Souad Zaki
Gracias: Jodie Clifford
Traducción: Laura Servera Llinás

Entrevista

Iris Zaki | 99.media

Iris Zaki Directora

“¡Las clientas tienen
un fuerte vínculo con el local,
es el centro de su vida social,
como una estación de autobuses!”
  • Hola, Iris. Háblanos un poco sobre ti.


Yo soy judía y crecí en Haifa, Israel. Mi intención no era dedicarme al cine; no tenía ni idea de que este iba a ser el camino que tomaría. Estudié Medios de Comunicación, trabajé en MTV y en canales musicales. Cuando tenía unos 31 años dejé Tel Aviv y me fui a Londres, donde empecé a estudiar cine documental.


Para mi doctorado en Londres, filmé un documental, My Kosher Shifts, en un hotel judío donde trabajaba como recepcionista. El filme se basa en las conversaciones que mantuve con los huéspedes. No quise llevar a un equipo ni ponerme yo misma detrás de la cámara, así que coloqué un trípode y volví a mi puesto de recepcionista. Aquello se convirtió en mi estilo para hacer entrevistas, al que luego llamé «la cámara abandonada». Fue entonces cuando decidí que eso era lo que quería seguir haciendo.


Y a eso me he dedicado hasta ahora: considero que mis filmes son viajes que me ayudan a conocerme más a mí misma. Mi enfoque no es elegir un tema interesante y decir: «Venga, voy a hacer un documental sobre esto y lo voy a rodar entrevistando a la gente». No. Siempre tiene que haber algo que quiera explorar de verdad y que tenga que ver conmigo.

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  • Tu segundo documental, «La cumbre del champú», está en la misma línea que el primero: la cámara está fija, tú trabajas en el lugar como empleada, consigues que la gente se exprese…

     

Para el doctorado quise explorar esta técnica documental, así que la idea con el segundo filme era ver cómo funcionaba en un lugar y entorno diferentes.

Quería encontrar un trabajo en algún sitio, porque siendo empleada en un negocio tengo una función allí y no estoy solo haciendo un documental. Mi objetivo es prestar un servicio y, por el camino, encontrar conversaciones orgánicas que surjan de encuentros fortuitos, sin necesidad de llevar preguntas preparadas.

  • ¿Cómo surgió el proyecto en Fifi’s?

     

Decidí hacer mi segundo documental en Haifa, mi ciudad natal, y explorar la comunidad árabe, ya que yo no tenía relaciones ahí.

Esta vez no quería un hotel con recepción. Buscaba otro tipo de negocio, uno que permitiese alguna conexión física. Entonces se me ocurrió ir a una peluquería y dedicarme a lavar cabezas. Dije: “Es una idea genial, no se ha visto antes, ¿pero cómo narices voy a hacerlo?».


Recorrí el barrio de Wadi Nisnas y alguien me habló de la peluquería de Fifi. Al día siguiente, fui allí. Yo estaba muy tímida y me sabía mal que me tuvieran que tener todo el rato delante de la cara, pero fueron muy amables y se mostraron abiertas a la idea.


Este lugar era exactamente el que necesitaba: cálido, acogedor y con mucho tráfico. Muchas mujeres van allí desde hace años y confían mucho en sus peluqueras. Las clientas tienen un fuerte vínculo con el local, es el centro de su vida social, como una estación de autobuses.

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  • Háblanos del aspecto técnico del documental. Imagino que a las clientas les intimidaría un poco tener una cámara encima de la cabeza mirándolas fijamente.

     

Había previsto un trípode, pero no funcionó, así que todas las mañanas fijaba la cámara en un soporte sobre el lavacabezas.

Les dije a las clientas que solo era algo para la universidad, tal vez para festivales. No intenté seducirlas para que se dejaran filmar. Al contrario: les decía que no hacía falta, que no tenían por qué hacerlo, pero las peluqueras se involucraron muchísimo. Le iban diciendo a todo el mundo: «Escuchad, esta chica monísima está haciendo un doctorado, tenemos que ayudarla».

Y como todo el mundo trata a su peluquera como parte de su familia, a mí también me trataron como tal. No sospechaban de mí, sino que confiaban.

“Si rascas un poquito,
descubres que lo único que quiere la gente
es vivir su vida.”
  • Entonces, ¿después de ser recepcionista de hotel, aprendiste a lavar cabezas? 


Fue un reto. Cuando empecé estaba muy nerviosa. Es dificilísimo hacerlo bien: que el agua no esté ni demasiado fría, ni demasiado caliente, que no vaya a los oídos, ni tampoco a los ojos… Tienes que darle con ganas para lavar bien, pero tampoco tienes que pasarte. Además, siempre hay una cola de gente esperando, así que también resulta estresante.


Pero al final salió todo bien porque tanto ellas como yo estábamos entretenidas en algo más; hablar no era el objetivo principal y, con eso, las palabras salen con más facilidad.

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  • El salón de Fifi es como un oasis, un lugar donde las tribulaciones políticas se quedan colgadas en el perchero. 


En este salón no se habla de política. Se habla de todo menos de política. Se habla de las dietas, de las vacaciones, de los problemas con los hombres, de los hijos… Se habla de todo, pero no de política. Sin embargo, es algo que está ahí y que separa a comunidades. Fue frustrante porque quería mostrar esa tensión, pero terminé mostrando el subtexto.


Dejé que el tema político se colara. Por ejemplo, alguien me preguntó por qué estaba rodando un documental allí y mi respuesta fue: «Soy judía, me crie aquí, esta es una peluquería árabe y nunca llegué a conocer a ningún árabe», porque, en Israel, no te relacionas con los árabes, y eso en sí ya fue una declaración política.


Pero no dije nada del tipo: «Bueno, hoy vamos a hablar de la ocupación”. Todo surgió de forma natural. Mi carácter también influyó en esto: soy muy franca, muy directa. No me contengo, así que sí que planteé temas delicados, pero creo que los hubiera sacado incluso con la cámara apagada.

  • El documental se ha proyectado en muchos festivales internacionales y ha recibido numerosos premios. Trata una situación local y, sin embargo, encierra un mensaje universal. 


Este pequeño filme podría haberse rodado en cualquier lugar. Es universal porque trata de una comunidad que nace de las diferencias, pero que al mismo tiempo tiende puentes. Es un ejemplo de cómo, dentro de una realidad muy perturbadora, si rascas un poquito, descubres que lo único que quiere la gente es vivir su vida.

Mucha gente en todo el mudo se interesa por lo que ocurre en Israel. En cierto modo, creen saber lo que pasa, pero al final es como un cuadro muy grande: solo puedes ver los detalles si te acercas.

La situación de Israel es grave. Hay una ocupación, una realidad muy triste y trágica para los árabes, pero creo que revelando capas mucho más delicadas y sutiles de las relaciones entre las personas podemos ayudar a avanzar hacia una mejor comprensión de la situación.

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  • ¿Qué planes tienes ahora? 


Mi nuevo proyecto se llama Egypt, a love song y es sobre la historia de amor de mis abuelos.


Mi abuela era una popular cantante árabe judía de Egipto. Se casó con un músico musulmán con quien tuvo un hijo, mi padre. Esta vez trato de forma muy directa mi identidad, al tener un 25 % de árabe musulmana en mi ADN.


Utilicé la técnica de «la cámara abandonada», y esta vez solo éramos mi padre y yo. Por supuesto, trabajé con un equipo, pero lo instalaron todo antes para luego dejarnos solos. Lo grabaron todo a distancia. Las cámaras están fijas, nadie toca los trípodes, no hay zooms… Todo es fijo. No están trabajando a nuestro alrededor, lo cual nos da privacidad, intimidad  —tanto como se puede delante de una cámara rodante—, pero psicológicamente ayuda mucho no estar viendo a la gente allí de pie mirándote.
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  • ¿Unas palabras sobre 99 y el subtitulado de tu documental a varios idiomas, especialmente al árabe, nuestra última incorporación? 


¡Me encanta! Creo que el idioma es una barrera. Y para quienes el inglés no es su primera lengua, incluso aunque lo entiendan, leer los subtítulos en inglés les aleja de lo que están viendo. Es decir, cuando lees las cosas en tu propio idioma, tu mente y tu alma están más receptivas al contenido.

Este es un filme que quiero que vea la gente de los países árabes. Recibo muchos mensajes a través de las redes sociales, tanto de personas de países árabes como de palestinos, diciéndome lo mucho que han aprendido con el documental y lo importante que es.

El idioma es algo que conecta mucho. Como judía en Israel, me hubiera gustado haber aprendido y hablado árabe. Saber que mi documental se va a traducir al árabe me alegra y me reconforta.

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