- La mujer a la que grabaste, sin poderse mover de la cama y rodeada de sus seres queridos, se llama igual que tú, Alicia. Tu abuela tenía 96 años cuando la grabaste. ¿Qué mensaje querías transmitir con esta película tan personal e íntima?
El mensaje fue transformándose solo. Cuando iba a visitarla a la residencia con mi madre para mí estar allí era una realidad triste e impactante, pero a la vez entrañable al ver la ilusión de mi abuela cada vez que tenía una visita y le traían un pastel. Así empezaron mis ganas de grabarla, no solo por querer retratar su personalidad pícara y alegre a pesar de estar anclada en la cama sino también para mostrar la importancia de acompañar a las personas mayores en estas situaciones.
Lo que no me esperaba es que el tiempo iba a hacer que cada vez esa ilusión fuera a ir difuminándose hasta que poco a poco no quisiera más pasteles ni pudiera apenas mantenerse despierta. Mientras tanto yo observaba la frustración de mi familia para que ella siguiera comiendo y para qué siguiera despierta, en otras palabras, viva. Empezó a crearse una tensión en el lugar, «come» decía mi madre, a lo que ella repetía, «no quiero más». Aquí el documental tomo un giro, empezaron a surgirme preguntas, ¿es este lugar una sala de espera a la muerte? ¿por qué nos cuesta tanto aceptar el cambio?